domingo, 10 de abril de 2011

CONVERSIÓN PARA CAMBIAR Federico Escobar Álvarez

La temporada de Navidad es un periodo de reencuentro entre los humanos, allanamos diferencias, demostramos espíritu de servicio. Dejamos de insultar, de herir y de vengarnos del oponente. Acrecentamos Los valores humanos, desaparecen el sectarismo y la postura aguerrida. Somos agradecidos. Intentamos ser coherentes con nuestras convicciones, claro que hay excepciones. Cambiamos nuestro egoísmo y el posicionamiento intransigente por características de ayuda y entendimiento, nos deseamos, unos a otros, dicha y prosperidad. Todo eso es una gran noticia. Junto a nuestra voluntad para combatir la pobreza en lugar de atacar a los pobres, situaciones positivas en éste tiempo de “paz y amor”.
El cambio se basa principalmente en la educación, mientras esta sea coyuntural y parcial tendremos personas mal preparadas, además de carecer de líderes. Tenemos demasiadas leyes, en tanto no cambie el ser humano, de nada sirven. Todo cambio comienza con la conversión personal y colectiva de la gente a principios universales y a su relación con Dios, la naturaleza y la comunidad. Mientras no exista esa relación comunitaria y personal con Dios seguiremos debatiéndonos en los males de dominio público. Abramos nuevos caminos al desarrollo integral, sin cerrar el paso a la creatividad que nos lleva a un crecimiento como seres humanos y como sociedad. La educación es fundamental de ahí la preocupación por participar en el diseño de la ley “Avelino Siñani/Elizardo Pérez”, consensuando entre todos, escuchando la opinión de los “otros”. Aprobando de manera responsable y no por consignas partidarias que complica el futuro de nuestro Estado, debemos escuchar a los pueblos y etnias marginadas en la discusión de la Ley Educativa, sin lo cual llegaremos a otro fracaso, como sucedió con la Reforma Educativa de años pasados, donde se gastó mucha plata en la elaboración de libros rosados y otros colores, que dejó al país sin las personas adecuadas para realizar transformaciones sin odio ni violencia. El altruismo no lo determina ninguna ley, solo se logra con una relación armónica entre seres humanos y de estos con la naturaleza, pero fundamentalmente de la relación con Dios. Si queremos un cambio, debemos volver a Dios y dejarnos de paparruchadas que más rayan en lo folklórico e irreal, como las concentraciones en las ruinas de Tiwanako, que no corresponde a una cultura aimara y peor quechua. Seamos más coherentes y no inventemos nuevas religiones o recuperaciones religiosas desconocidas aun por nuestros antepasados, como pretenden pocos políticos. Dejemos de parlotear sin sentido.
Tiempo de ideales elevados para no estar combatiendo trivialidades que a veces no comprendemos pero las proclamamos con furor, sin razonar. XXX

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